Rodolfo Villarreal Ríos

12 de diciembre de 1931

12 de diciembre de 1931
Periodismo
Diciembre 12, 2015 01:30 hrs.
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Estamos ciertos de que la fecha poco podría decir para algunos. La gran mayoría de los creyentes la relacionarían con el cuarto centenario de las apariciones guadalupanas. Sin embargo, hay algo adicional que encontramos, mientras buscábamos tema para esta colaboración. En la noche anterior a ese día, empezaron de nueva cuenta las manifestaciones religiosas en público. Pero antes de adentrarnos en los hechos ocurridos en la fecha mencionada en el cabezal de este escrito, demos un breve repaso a un pedazo de historia, porque lo nuestro es eso y no los asuntos teológicos o las muy personales, y respetables, interpretaciones que sobre la fe tenga usted lector amable.
La leyenda (o coloque el vocablo que más acomode a su perspectiva) nos dice que fue entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531 cuando la Virgen de Guadalupe hizo sus apariciones en el Cerro del Tepeyac, sitio en donde los indígenas adoraban a la Diosa Tonatzin. Sin embargo, a pesar del gran número de feligreses que la veneraban, el punto de inflexión en su encumbramiento religioso lo adquiere hasta 1736. Encontramos un volumen titulado “Historia de la Plaza de la Constitución,” escrito, en 1974, por Adrián García Cortés. Ahí, el autor cita fuentes históricas, mismas que hemos comprobado, las cuales señalan que “a fines de 1736, apareció en el obraje cerca de Tacubaya en las inmediaciones de la capital, la terrible epidemia conocida entre los naturales con el nombre del gran matlalzahuatl…En esta enfermedad hubo, según unos, 45,000 muertos.” Acompañaron a esta enfermedad, movimientos sísmicos, lluvias copiosas y eclipses de sol que constituyeron los ingredientes perfectos para que la jerarquía católica decidiera que era un castigo divino. Pero mientras dilucidaban como habrían de atacarla con fuerzas celestiales, primero tenían que enfrentar la realidad en donde “muy numerosas era la clase de los pobres, muy grande la miseria en aquella época y muy violento y contagioso el mal; no bastaban los edificios destinados para hospitales, morían en las calles sin abrigo multitud de desgraciados; apenas eran suficientes en los cementerios los trabajadores para sepultar a tantos cadáveres, y el aspecto que representaba la ciudad era pavoroso.” Ante ello, finalmente las autoridades, quienes lo mismo lo eran civiles que eclesiásticas, decidieron tomar medidas.
Gobernaba la Nueva España el trigésimo octavo virrey (1734-1740), José Antonio de Vizarrón y Eguiarrieta, quien además era Arzobispo de México. Ante la carencia de remedios científicos, el ciudadano no tuvo otra opción sino demandar la asistencia divina. De esta manera, dio inicio un concurso de vírgenes para ver quién podía hacer el milagro de detener aquello. Primero, mandó traer la imagen de la Virgen de Loreto la cual no arrojó los resultados esperados. Entonces, acudió a la efigie de la Virgen de los Remedios quien tampoco logró parar la mortandad. Y como aquello adquiría proporciones inimaginables, ordenó llevaran a la Virgen de Guadalupe. Y, retornando al texto de García Cortés, “como la peste disminuyera después de que se trajo a la catedral a la Guadalupana, se acordó votarla por Patrona y el 27 de abril de 1737, [205 años y cuatro meses después de su aparición] se hizo juramento en la capilla real de Palacio. Dese entonces Santa María de Guadalupe es la patrona principal de la ciudad de México, sus contornos y arrabales (así dice el texto) y se guarda perpetuamente por festivo, en la ciudad y sus dependencias, el 12 de diciembre de cada año.” Sin embargo, seria hasta el 25 de Mayo de 1754, mediante la Bula Non est equidem, cuando Prospero Lorenzo Lambertini, Benedicto XIV (1740-1758) declaró a la Virgen de Guadalupe como Patrona de Nueva España. A partir de esos hechos, la celebración se hizo costumbre y la imagen ha sido utilizada con fines de índole diversa, unos para bien y otros no tanto. Ni siquiera el estadista, Benito Pablo Juárez García osó desaparecerla del calendario oficial. Sin embargo, en los albores de la cuarta década del siglo XX, cuando aún los rescoldos de la Cristiada no se apagaban, había quienes buscaban volver a encender la mecha de la confrontación. Al respecto, repasemos lo que Alfonso Taracena escribió en “La Verdadera Revolución Mexicana (1930-1931), publicada en 1960.
De acuerdo al texto del tabasqueño, el 11 de diciembre de 1931, al anochecer, “recorrió las calles metropolitanas un grupo de católicos que lanzaban vivas a la religión, a la Virgen de Guadalupe, a México, y [en el paroxismo del surrealismo] nada menos que al general Plutarco Elías Calles.” Pero antes de que usted vaya a pensar que aquellos ciudadanos habían descubierto virtudes divinas en el estadista mexicano, permítanos volver al escrito de Taracena quien apuntaba que aquello obedecía “a que [Leonor Llorente Machado] la esposa del Jefe Máximo, agradecida por un milagro, dio para las festividades…en la Basílica, $5,000.00 Además, se ha hablado de que el propio general [Elías] Calles permitió que no se pagara un impuesto por un órgano instalado en la misma basílica.” Aquí cabe aclarar que cuando el secretario de hacienda, Luis Montes De Oca fue requerido para explicar esto, su razonamiento fue simple. Dado que los templos son propiedad de la nación, al momento que el instrumento musical pasó a formar parte del patrimonio del recinto religioso, automáticamente, se convirtió en un bien propiedad del estado. Claro que esto lo desconocían los católicos, muchos de los cuales “el domingo [anterior], día 6, [expresaron su beneplácito cuando] el general [Elías] Calles fue ovacionado también por el público en la Plaza de Toros ‘El Toreo.’” Sin embargo, poco les duró la ilusión a los creyentes. El día 12 de diciembre, Elías Calles, en su condición de secretario de guerra, cesó “a toda la Banda de Música del Estado Mayor de” dicha dependencia “porque concurrió a las cinco de la mañana a la Basílica a dar audición sin el permiso de la superioridad.” Y aquello fue el banderazo para que las críticas arreciaran.
El día 13, señala Taracena, “el general Eulogio Ortiz, jefe de Operaciones Militares en Veracruz expresa: He visto con verdadero asco y repulsión la forma en que los elementos clericales han desarrollado la farsa guadalupana, así como la propaganda que se ha hecho de dichos actos. Creo sinceramente que los elementos… que desde las esferas de gobierno han ayudado eficazmente a la organización de tan odiosa feria mercantilista, deberán ser expulsados inmediatamente de los puestos públicos… Por su parte, Juan de Dios Bojórquez manifestó que es una pantomima peligrosa la celebración del IV Centenario Guadalupano en la que todos los de la familia revolucionaria ven fines políticos y una explotación mercantilista.” En este contexto había más.
En la sesión del 14 de diciembre, indica Tarecena, los diputados acusaron “al ingeniero Javier Sánchez Mejorada, presidente ejecutivo de los Ferrocarriles Nacionales, por haber concedido rebajas ruinosas en las cuotas de pasajes para los peregrinos guadalupanos.” En ese contexto, el coahuilense mas distinguido del México Postrevolucionario, el general Manuel Pérez Treviño, “se refirió con frase amarga a que el escandalo se ha llevado hasta la ignominia, dijo, ya que no sólo se regalaron materialmente esos pasajes, sino que todavía se ofreció un porcentaje de utilidad a los jefes de los grupos católicos que gestionaron el boletaje.” Igualmente, el ingeniero Lorenzo Hernández, jefe del Departamento Central fue censurado “por haber dado facilidades excesivas al clero, contribuyendo al mayor lucimiento de las festividades del cuarto centenario guadalupano.” Por su parte, “El Bloque Nacional Revolucionario de la Cámara de Diputados acordó realizar una campaña de extinción contra Excélsior, al que calificaron de heraldo de los interese clericales.” Faltaban las aportaciones de los gobernadores.
Conforme a la narrativa de Taracena, el día 15, el gobernador de Coahuila, Nazario Ortiz Garza envió un telegrama criticando acremente a Sánchez Mejorada por andar ofreciendo gangas a los clericales a quienes se les otorgaron “rebajas de precios en pasajes para aquellos que particularmente concurren a ceremonias [religiosas] fomentando así la explotación y el fanatismo del pueblo. En cambio…han negado cuotas especiales para convenciones de obreros y campesinos, de carácter social y educacional, no obstante los nobles propósitos que encierran para mejorar las condiciones de los humildes; la intensa labor educacional del más puro liberalismo y la amplia aplicación de las leyes sobre cultos que he vigilado y vigilare constantemente …llevando a todas las conciencias las ideas libertarias; he logrado casi la desfanatización del pueblo de Coahuila, siendo de notarse que es uno de los Estados que menos contingentes dio para esta caravana de esquilmo…” Pero el coahuilense lucia comedido ante la diatriba lanzada, dos días después, por el gobernante tabasqueño, Tomas Garrido Canabal quien entre otras cosas refería: “la revolución social tiene el deber inaplazable de combatir dogmas, derrumbar ídolos y orientar a las multitudes por los claros rumbos de la verdad.” Acto seguido pedía se sustituyera la educación laica por la racionalista, el cese de los maestros fanáticos y que los templos fueran convertidos en escuelas. Por esos mismos caminos circulaban los decires de varios más.
Uno, Manlio Fabio Altamirano dijo: “es un contrasentido que los hombres públicos, servidores de un gobierno emanado de la Revolución, expongan en su calidad de funcionarios, ideas radicales, para después ira a claudicar a sus hogares, en los que, por debilidades para con la familia, no saben inculcar en el espíritu de sus hijos, las ideas de la Revolución.” Al parecer el veracruzano tuvo voz de profeta para lo que nos esperaba. Otro, Gonzalo N. Santos, el Alazán Tostado, clamaba que “las religiones todas y, por ende, todas las propagandas dogmáticas son enemigas del proletariado.” Un tercero era Narciso Bassols quien expresaba “la necesidad de emprender cada día un esfuerzo encaminado a desarraigar de la conciencia de las masas los prejuicios que el fanatismo religioso viene depositando y que mientras subsistan serán un obstáculo para la salvación de nuestros campesinos y, en general, de los proletariados mexicanos.”
En el diario El Nacional Revolucionario un artículo, “La Ofensiva Clerical,” precisaba: “La gran mascarada pagana y mercantilista de ayer es el digno remate de esa actividad inusitada. Todo se ha agitado y todo se ha comercializado, a grado tal que el espíritu de mercader que ha presidido la organización y realización de estas fiestas guadalupanas, es acremente reprobado hasta por la gente creyente de buena fe, que se ve lastimada en sus sentimientos místicos…” No se vaya a creer que algún hereje de ahora lo escribió, apareció al día siguiente de la procesión referida en esta colaboración. En los días que corren, afortunadamente, todo eso quedo atrás. Actualmente, otras son las circunstancias. Las televisoras, se pelean la audiencia de la misa de gallo, personajes de varia pinta y cantantes pecadores buscan ganar el concurso del guadalupano más arrepentido, nada se comercializa en los alrededores del recinto religioso y los fanatismos ya no forman parte de la celebración. Aquellas eran cosas que sucedían en los días previos y posteriores al 12 de diciembre de 1931. vimarisch53@hotmail.com
Añadido (1): Y que tal sí recordamos que las palabras de Donald Trump, respecto a prohibir la entrada de islámicos, tienen su origen en la ley “The Immigration and Nationality Act of 1952,” también conocida como “The McCarran–Walter Act,” por ser sus autores el Senador Demócrata por Nevada, Patrick Anthony McCarran y el Representante Demócrata por Pensilvania, Francis Eugene Walter.” Harry S Truman la vetó, pero el Congreso, controlado por los Demócratas, lo rechazó y dicha ley entró en efecto el 27 de Junio de 1952. Varios presidentes, de uno y otro partido, la han tomado como base para implantar medidas al respecto cuando las circunstancias lo han requerido.
Añadido (2): Las autoridades preocupados por la educación y la cultura, se muestran orgullos de regalar cerca de nueve millones de televisiones digitales en donde, salvo honrosas excepciones, los recipiendarios no encontraran algo que les permita instruirse y/o elevar su nivel intelectual. ¿No hubiera sido más congruente, y económico, entregar veinte libros, de los clásicos, por familia?


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12 de diciembre de 1931

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