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Hablemos de problemas, retos o de cómo empezar con el pie izquierdo

Hablemos de problemas, retos o de cómo empezar con el pie izquierdo
Periodismo
Enero 20, 2016 21:17 hrs.
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SERGIO ENRIQUE CASTRO PEÑA › guerrerohabla.com

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Para identificar, encontrar y proponer soluciones a los problemas actuales, dicen las personas de experiencia, hay que remitirse a sus inicios. Hay que atacarlos de raíz, no dejar que sigan creciendo, desarrollándose a un grado tal que cuando queramos enfrentarlos no podamos o las acciones que tomemos para solucionarlos se conviertan en inútiles, por más eficaces o acertadas que nos parezcan. Para nadie, aún para nosotros los neófitos, es desconocido que una enfermedad se ataca más eficientemente si es atendida oportunamente, cuando los primeros síntomas se presentan. De igual manera, es requerido que esa enfermedad sea diagnosticada acertadamente, ya que de ello dependerá la eficacia del remedio seleccionado.

Los males que se manifestaron durante el primer año de la presente administración, empezaron a evidenciarse desde que, el ahora presidente, Enrique Peña Nieto era candidato. La campaña electoral la inició con un alto margen de aceptación y de intención del voto a su favor. Sin embargo, los resultados electorales únicamente le otorgaron el 38.2 por ciento del total de los sufragios emitidos. Esto representó solamente una ventaja de casi siete puntos arriba de su contrincante más cercano, Manuel Andrés López Obrador. Se manifestó, también, cuando esa preferencia comenzó a bajar, una problemática que no fue percibida por el entonces candidato priista y que influiría sustancialmente en los sucesos posteriores. En lo interno, el rechazo o la poca aceptación a la existencia de un grupo cerrado que excluía a todos los otros miembros de su partido en la elaboración e implementación de las estrategias de campaña y que se fue acrecentando a medida que ésta avanzaba. Ello, se reflejó en la pérdida de 25 escaños en la Cámara de Diputados.

Por otra parte, en lo externo, se definieron quienes eran los contendientes reales. No eran los otros candidatos, sino las fuerzas reales que estaban apoyando principalmente a Manuel Andrés López Obrador debido al desplome de la candidata panista derivado esto de la vena misógina y el rencor del precandidato derrotado en el proceso interno del PAN. Se contaba con un diagnostico que exponía, la problemática que la población había padecido los últimos doce años: raquítico crecimiento económico. Mientras que la administración del presidente Ernesto Zedillo Ponce De León le heredó a Vicente Fox Quesada, un país con un nivel de crecimiento del PIB en el orden del siete por ciento, al finalizar el mandato del guanajuatense apenas alcanzaba el tres por ciento. Asimismo, durante el docenato panista fue manifiesta la inmovilidad parlamentaria especialmente en

lo concerniente a las reformas en comunicaciones, educación y energía. Asimismo, en ese lapso, se generó un sentimiento de insatisfacción sobre la situación de los niveles de ingreso bajos para la mayoría de la población y de manera acentuada en aquellos pertenecientes a la clase media quienes no veían un futuro promisorio en el corto plazo. La distribución del ingreso empeoró. El desempleo real, -no el estadístico, que ignora el de la economía informal- había aumentado. La inflación real seguía prevaleciendo. Las inversiones extranjeras brillaban por su ausencia. La esperanza de los más desposeídos, era solo eso, una esperanza que se matizaba mediante un seudo-programa llamado Progresa. La inseguridad, era el pan de cada día. Estos, y otros más, eran los retos a los que se enfrentaba y se oponían al a que el gobierno entrante lograra un buen desempeño. Pero, los problemas son para resolverlos y los retos para superarlos. Sin embargo, al término de los primeros tres años del gobierno actual no se han resuelto, ni siquiera se vislumbra una solución. No porque los cambios estructurales no hayan sido realizados. No porque la inflación no se haya disminuido y estabilizado. No porque no se haya logrado un mayor crecimiento. Tampoco porque las acciones y esfuerzos para lograr una mejor seguridad no se realizaron, todo eso el gobierno lo ha hecho en mayor o menor medida. Sin embargo, los problemas y los retos siguen siendo desafíos. ¿Por qué? Este será el tópico que procederemos a analizar.

Cuando se asume un cargo o responsabilidad nueva, ya sea como empleado, funcionario público, directivo en los negocios, profesional en cualquier rama o presidente de la república, se considera que debe existir un periodo corto para cubrir la curva de aprendizaje que la responsabilidad le demanda. En el caso de presidente de la república, quien fue elegido por la mayoría de los electores en un proceso democrático, los reflectores están más centrados porque se reconoce de antemano que las primeras decisiones darán la pauta de su capacidad y el rumbo real que quiera darle a su gobierno.

La primera decisión que el presidente electo realiza es la de seleccionar y dar a conocer los nombres de los integrantes que conformaran su gabinete. Acorde a nuestra tradición política, quienes formen parte de él deben de cumplir con los requisitos de capacidad técnica, profesional y ética. Al mismo tiempo, los integrantes del mismo, son un reflejo de las alianzas que el mandatario electo tuvo que realizar con las demás fuerzas internas de su partido y, algunos casos, con fuerzas no incluidas en la estructura del juego político, principalmente del sector privado y religioso. Cuando el Presidente Peña Nieto dio a conocer su gabinete, un viento de sorpresa, y hasta de estupor, recorrió los pasillos del mundillo político. Los funcionarios seleccionados pertenecían al estrecho círculo que la prensa llego a identificar como el ostión hidalguense-mexiquense. Nada bueno se podía esperar con una cerrazón de esa naturaleza y el tiempo y los cambios posteriores dieron la

razón a la máxima de que “un hombre puede fácilmente equivocarse, pero difícilmente cambiara de opinión”.

Después de ésta primera decisión, el presidente procedió a realizar el siguiente paso trascendental de su administración, mandar a la Cámara de Diputados su Ley de Ingresos y Egresos con la cual inauguraría su administración. Al respecto, el secretario de hacienda y crédito público, Luis Videgaray Caso, responsable de su elaboración, enfatizó que el proyecto de presupuesto para 2013 era austero y con él se pretendía fomentar la inversión y el crecimiento económico. Los efectos adversos que puede ocasionar el anuncio de un presupuesto que pretende disminuir su participación en el gasto global del PIB radica, como todo economista lo sabe, en el hecho de que el presupuesto es un factor que mueve o retrae una economía. Ello va acompañado por un efecto de percepción que deriva en un impacto sobre cómo habrán de comportarse los agentes económicos. Salvo, los nuevos beneficiados de subirse al carro del gobierno y el sector de negocios, más por razones ideológicas que económicas, el resto de los mortales no podíamos creer que el gobierno seleccionara una estrategia presupuestal recesiva en una economía que venía de un período de doce años con un crecimiento raquítico. La receta que un pésimo doctor le daría a un deshidratado, es prohibirle tomar agua para quitarle la sed, un contrasentido, un desacierto, no solamente en términos económicos, sino lógicos que exhiben una carencia total de sentido común. El argumento primordial, de dicha política económica, es que se quería evitar la inflación, el argumento preferido de la iniciativa privada para justificarse el por qué no invierten. Cualquier persona con conocimientos elementales de economía, no con un bulto de pergaminos en los cuales se inscriben títulos de economía que supuestamente avalan sapiencia en dicha disciplina, ni de reconocimientos del extranjero o, ni tampoco tendría uno que ser Paul Krugman, premio Nobel de Economía, para comprender que una inflación debajo de seis puntos, como lo propuso dicho economista, era aconsejable cuando se sufría un periodo largo de depresión, doce años, para que la población, los negocios, y los verdaderos empresarios, tuvieran la oportunidad de contar con un respiro.

Tomar una decisión, es hasta cierto punto una cosa sencilla, pero llevarla a la práctica adecuadamente es harina de otro costal. Querer reducir un presupuesto, el gasto que venía con una inercia de años a tras, con una estrategia fundamentada solamente en el deseo de realizarla, pero sin considerar los elementos que lleva implícito su operación, los compromisos contraídos anteriormente y los gastos fijos de operación, que en el caso del gobierno es del 80%, no es algo muy viable. Por otra parte, como una táctica de reducir dicho presupuesto, la Secretaría de Hacienda, durante ese primer año de gobierno, retiraba o congelaba los recursos, supuestamente autorizados a las diversas instituciones, sin ningún aviso previo. Como resultado lo único que logró fue una descoordinación e

incertidumbre en la relación del gobierno y sus proveedores y lo que es más importante con su personal a nivel operativo y, en algunos casos, el directivo. El resultado, es que se gasto más y muy mal.

Pero esa incertidumbre y el desorden del ejercicio presupuestal también incidieron en uno de los factores de crecimiento de la economía, el consumo. En consecuencia, toda la cadena de consumo y la producción resultaron afectadas. Todo ello dio por resultado un crecimiento paupérrimo de la economía del orden del 1.1 por ciento; caída de los ingresos fiscales; y, lo más preocupante, la perdida de la confianza de la población sobre la capacidad del gobierno, no solamente para manejar bien la economía del país, sino en sus intenciones de cumplir con sus compromisos de campaña. A partir de ese momento, esa pérdida de confianza solo tuvo una dirección, hacia abajo.

Este impacto, en un principio fue más psicológico que económico, principalmente porque se estaba iniciando un sexenio cuyo ejecutivo había basado su promesa de gobierno en “Mi compromiso es contigo y con México”. Era un mensaje de compromiso personal, sin embargo, su impacto fue limitado dado los resultados en los votos obtenidos en la elección, 38.2 por ciento del total de la votación. Pero, una vez que el presidente acepta el mandato, la población lo percibe como un compromiso que el ejecutivo tiene que cumplir. A eso le apostó una la población que había padecido durante los doce años previos un ingreso bajo y un vivido entre niveles de consumo deprimidos. De ahí que el desencanto, no solamente se generó entre e sus seguidores, sino también, quizá en grado mayor, en todo el grueso de la población.

Otro efecto negativo de las políticas económicas de austeridad del gasto público fue que, ese giro contrario a lo prometido, se transformo en un arma muy efectiva en los ataques, que posteriormente afectaron al presidente y su administración: prometía, pero no cumplía. En transcurso del primer año de gobierno, el malestar psicológico se transformó paulatinamente en problema de economía real. Esto llevó al grueso de la población a un estado de sentirse muy mal y, de malas, de frustración. Acabo convirtiéndose en un campo fértil, y susceptible, para aceptar como verdadero cualquier rumor, desinformación o ataque dirigido por sus enemigos políticos y destinados a socavar la credibilidad y confianza que el gobernante tuviera. Dice, un famoso refrán “que las penas, con pan, son menos”, pero si no se cuenta con pan y las expectativas para obtenerlo no son visibles, “los panes, son más que penas”, son frustración, son irritación, son rechazo, son desconfianza.

Estos, y otros hechos, principalmente haber iniciado el sexenio con el píe izquierdo, han contribuido a que el escenario y el público estuvieran listos, solo faltaban la historia y los

actores para los dramas que se avecinaban. Mismos, que se trataran en nuestra próxima entrega. sergiocastro6@yahoo.com.mx

Anexo: El drama Colimense ha terminado. Sin embargo, uno de sus actores se niega a bajarse del estrado. Caras largas, se ven en las filas del blanquiazul y otras de preocupación en los fundamentalistas de las alianzas. Mientras tanto, el viejo zorro priista se repliega; sabe que hoy son los tiempos de trabajar, no de festejar.

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