Sergio Enrique Castro Peña

Hablemos de productividad, competitividad o “los culpables de siempre” I de II

Hablemos de productividad, competitividad o “los culpables de siempre” I de II
Periodismo
Diciembre 02, 2015 23:21 hrs.
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Después de haber tratado temas eminentemente políticos, permítame, estimado lector, abordar otro ángulo de la política, lo concerniente a la productividad, la competitividad y el lugar que guarda nuestro país en el ámbito mundial. Para nadie son ajenos los términos de competencia, competidor, competitivo todos ellos describen el esfuerzo que se realiza para obtener determinado logro y la posición que se tiene de ese logro con respecto a otro. Respecto a estos términos, con los que estamos familiarizados son aquellos que definen el desempeño en los deportes. También, en ese campo, es común escuchar modismos que para nuestro lenguaje común son más exactos: “no la va hacer”, “no tiene conque”, “no es pieza”, etc., referidos ellos cuando no se tiene oportunidad o posibilidad de competir y por lo tanto de ganar. De igual forma, a una persona o deportista que se conforma y no quiere competir decimos, “no le echa ganas”, “se hecho la cola al hombro”.
Asimismo, otros términos utilizados en los deportes, principalmente en lo concerniente a la producción, son los que se refrieren a cuantos goles produjo, numero de pases, creación de situaciones de gol, o, tratándose de beisbol cuantas carreras produjo, cuantos jonrones pegó, atajadas, errores. Y, de igual forma, esa necesidad de llevar estadísticas que nos muestren que tan competitivos son nuestros equipos o los jugadores con respecto a los otros. En la actualidad es ineludible y forma parte integral de nuestras vidas, el término de competitividad y competencia porque nos dice si estamos igual, retrocedemos o avanzamos, somos mejores, peores o iguales.
Todo lo anterior viene a colación porque, hace unos días, uno de los funcionarios del Instituto Mexicano de Competitividad (IMCO), por tercera vez en lo va el año y sin que existiera una justificación para ello, salió a invocar ante los medios de comunicación el tema de la corrupción en nuestro país. Sin embargo, en esta presentación la corrupción tuvo un nuevo cariz, la competitividad y como ésta, por sus costos aparentes, incidió en el descenso que México presento en su ubicación a nivel mundial.
Referente a las mediciones, hemos de apuntar que entre los factores que tienen una mayor representatividad para determinar la competitividad se encuentra la de la productividad de las actividades o los factores que intervienen en ella. Las formas de calcular los indicadores de productividad están en función de si estos son de carácter monetario o físico.
La definición, de acuerdo a su evaluación monetaria, nos dice que es la relación existente entre el valor monetario de lo producido entre el valor de los costos utilizados en su producción. Esto es, el valor monetario que obtenemos de dividir lo que producimos entre lo que nos cuesta. Por otra parte, al utilizar los valores físicos, obtenemos un indicador resultante de dividir el número de unidades producidas entre las unidades de producción utilizadas en su elaboración, fuerza de trabajo, maquinaria, insumos e instalaciones. Utilizando un ejemplo pequeño, sí tenemos una producción cuyo valor es de cien pesos y nos cuesta producirlo diez pesos, nuestra productividad será de diez, -es la división de cien entre diez-. Pero, si esa misma cantidad producida, cien, nos cuesta veinte –cien entre veinte- la productividad se disminuirá a cinco. Con ello, podemos decir que el segundo método es más productivo que el primero y por lo tanto, en un mercado se podrá ofrecer a un menor precio y será más competitivo. Por otra parte, al utilizar factores medidos en términos físicos, tendremos que si producimos cincuenta unidades con diez trabajadores, su productividad será de cinco. Pero, si para producir esa misma cantidad, cincuenta, requerimos veinte cinco trabajadores la productividad se disminuirá a dos y de igual forma sus posibilidades de competir. La competitividad, por su parte, representa una relación de productividad de un proceso o un productor con respecto a otro, en por lo tanto, estamos hablando de un indicador comparativo. También, para representarlo, se pueden utilizar valores monetarios o físicos.
En los diversos reportes que ha realizado el IMCO, se reconoce que en todos los países existe corrupción y de acuerdo a los datos publicados en “Estados Unidos en promedio más de tres funcionarios son sentenciados al día” por diversos casos de corrupción. Por otro lado, existe información sobre situaciones en China donde las sentencias han llegado hasta la pena de muerte. Lo mismo podemos encontrar en España, Brasil, Japón y más recientemente en Alemania con el escándalo de las unidades vendidas que tenían un software que truqueaba los resultados de emisión de contaminantes para que satisficieran las normas que establecían los Estados Unidos en esta materia.
Los estudios y reportes del Banco de México y el Foro Económico Mundial muestran que la “corrupción es el principal obstáculo para la competitividad de nuestro país” y el “mayor lastre para su despegue económico”. De igual forma, manifiestan los reportes que la diferencia entre México y los países “menos” corruptos, es que en estos los involucrados en actos de corrupción, y que los detectan, por aquello de que los “acusan de corruptos no de tontos”, son indiciados, juzgados y en su caso sentenciados. El problema en sí, concluye el estudio, no es la existencia de la corrupción, es la impunidad. En otras palabras, el acto de la corrupción es inherente a las actividades humanas. Esto nos lleva a inferir que debe existir un bagaje jurídico para contenerla y, agregaríamos, requerimos de un poder judicial, no solamente honesto, sino que cuente con los elementos para que funcione y lo haga bien. Las leyes por sí mismas poseen poco valor sin una estructura que las hagan viables.
Sin embargo, estas voces tan preocupadas por la corrupción, esa “enfermedad de nuestra vida pública”, la otra se queda en lo “privado”, y “nuestro potencial de prosperidad”, se olvidaron o ignoraron en sus análisis del Presupuesto de Egresos del Gobierno Federal para 2016 lo referente al Poder Judicial o la impartición de justicia. Esto, lo siguieron relegando como es costumbre. Tal vez ello se deba a la complicidad de los otros dos poderes, Ejecutivo y Legislativo, para que siga o se incremente la suplantación de sus funciones, por parte de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH). Las “buenas conciencias” son apaciguadas con acciones, el presupuesto que manifestó un incremento sustancial, es del rubro social y combate a la pobreza, que conserven las cosas tal como están, hay que evitar a toda costa situaciones de desestabilización o acciones que realmente provoquen cambios. Una vez acentuado los puntos anteriores, vale la pena entrar en materia, que es la competitividad de México en el entorno internacional.
Como primer paso debemos entender que al ser la competitividad un indicador para compararnos con los otros países que conforman el espectro internacional, para que tenga una significancia válida es necesario definir el área en donde nuestras actividades económicas son más relevantes y que la búsqueda y selección de una estrategia competitiva que favorezca nuestra posición es indispensable. Los principales mercados de exportación de nuestras productos y servicios los constituyen: Estados Unidos y Canadá (83%), Unión Europea (6%) y China (1.6%). Mientras nuestro mercado de importación, de esos mismos países, nos da: Estados Unidos y Canadá (53%), Unión Europea (12) y China con el (16.6%). Lo anterior, nos muestra que somos, por venderle más de lo que les compramos, competitivos con Estados Unidos y Canadá, pero con la Unión Europea y China, nuestros productos no son competitivos con los que ellos producen en sus países.
Las ventajas competitivas que tenemos con Estados Unidos y Canadá están más fundamentadas en ventajas naturales, agrícolas (hortalizas y frutales), productos pesqueros, servicios (turismo) y de ensamblaje (automotores) por los bajos costos de producción, principalmente los laborales y por último, los insumos minerales y de petróleo. Esto es, comparativamente tenemos ventajas que nos proporciona la naturaleza y que no fueron creadas por nosotros. Mientras que las desventajas competitivas que tenemos con Europa, las constituyen los costos de traslado que inciden en el precio de nuestros productos (agrícolas y pesqueros), mientras que en los de servicio (turismo) hasta este momento podemos ser competitivos, pero con la apertura de Estados Unidos al comercio con Cuba, no podemos determinar por cuánto tiempo podremos conservar esta ventaja. Además de que no podemos competir con su línea de comercio que está constituida por productos industriales con alto contenido tecnológico.
El déficit comercial con China lo constituyen productos que anteriormente se construían en Estados Unidos y que nosotros comprábamos. Sin embargo, al trasladarse la producción de las empresas estadounidenses a China para tomar ventaja de la reducción en costos de producción, principalmente la mano de obra, permitieron que sus productos fueran más competitivos en el consenso internacional.
La competitividad, está relacionada, en principio con nuestra capacidad de incursionar o permanecer en los mercados, para lo cual requiere que tengamos ciertos elementos que nos permitan competir con los otros actores que participan en dicho mercado. Entre los elementos que debemos cubrir para estar en condiciones de competir, tenemos, sin ser exhaustivos: precio, servicio, calidad y un producto diferenciado.
El factor precio, domina en las decisiones que toman los consumidores, ya sean del mercado interno o de productos del exterior, -recuérdese la estrategia de China a mediados de los ochenta para acceder y ganar mercados. El servicio o atención al cliente, incluye un elemento que nuestros empresarios y políticos comúnmente ignoran, nosotros somos los clientes y con nuestro consumo o preferencia los mantenemos en sus respectivos mercados. Calidad, es un factor que tiene una escasa presencia en las estrategias y políticas tanto del sector privado como en el gubernamental, “para que producir calidad, si de todos modos nos lo tienen que comprar.” Productos diferenciados, no tienen un peso real en el momento que tenemos que decidir cuál sería nuestro producto estrella o que apoyaría a nuestro sello de marca. Se prefiere copiar a crear, a igualar que ser diferente, a ser novedoso o innovador.
Nuestra cultura castiga lo sobresaliente. No se debe aspirar a ser el número uno, eso es elitista y en contrapeso, se premia la disciplina, la obediencia, el ser parte del “equipo”, la sumisión. Por lo que, en lugar de fomentar la competencia, eficiencia –hacen como que me pagan, pues hago como que trabajo- la productividad, la competitividad, en la práctica se privilegian actitudes tendientes a desanimar las vías de la movilidad social y magnificar, en lo obscurito, prácticas discriminatorias al momento de recompensar esfuerzos: qué lugar se tiene en las escalas familiares, sociales y religiosas.
Los factores que intervienen en los niveles de productividad y competitividad al que un país puede aspirar y obtener sobrepasan los de carácter, netamente económicos, pero que sí inciden sustancialmente en el logro de los niveles adecuados de crecimiento y de distribución del producto y el ingreso de una nación. Por lo qué, estimado lector, permítame recurrir a su comprensión, su paciencia y contar con su curiosidad para conocer esos otros actores, además de “los culpables de siempre”, que son de vital importancia para explicar la existencia de una alta o baja competitividad. sergiocastro6@yahoo.com.mx.
Añadido: la fecha de la visita del Jefe del Estado Vaticano se acerca, los ataques al presidente de México se irán incrementando y en esos ataques, la figura de Francisco seguirá apareciendo de trasfondo, en una clara alusión de antítesis, de libertador y némesis.

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