Es unánime el señalamiento de los especialistas en cuanto al destino manifiesto de las relaciones peligrosas. La proliferación de alegatos, muchos de ellos motivados por razones irrelevantes, en parejas con más de siete años de vida en común, conlleva el germen de la irremediable destrucción.

Húmedo Día del Amor y confesiones de bar…

Húmedo Día del Amor y confesiones de bar…
Sociales
Febrero 13, 2015 22:39 hrs.
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Alex Sanciprián › todotexcoco.com

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Texcoco, Edoméx.- En el medio del Día del amor y la amistad “la hora del amigo” se vuelve tan elástica que aunque linealmente en el tiempo dura una hora, en el dialéctico tiempo es un paréntesis de eternidad donde cabe parte de nuestra vapuleada educación sentimental.

Nos sentamos en la barra.

Un par de clientes conversan en una de las mesas de la entrada.

Una pareja baila al fondo.

En el ambiente una vieja canción de amor se empareja al desfiladero propio de los amores podridos.

Secuencias, asombros reciclados y entonces una ligera sonrisa aparece en el rostro de la recién llegada.

Una certeza compartida impera: así como numerosas almas ávidas de catástrofes para exhibir sus filantrópicas acciones de fin de semana son felices con asistir, metódicamente, a misa un día sí y el otro también, así como las infaltables conciencias ingenuas se regodean con su cotidiana repetición de clichés, frases hechas y prejuicios, mientras ostentan su mediocridad todas las tardes en los cafés de moda de la localidad, mi diva y yo nos cenamos a nuestros críticos, a las buenas conciencias en el medio de nuestras incursiones en el Silvino´s Bar.

Estamos en un sitio de imperativa seducción. Se atisba un panorama ligeramente inexplicable. Es el territorio del tumbo y regocijo donde lo convencional se torna convulso.

Habitamos en el medio de una pasión. Son los furores inconclusos. ¿Cómo exigir correspondencias en esta madeja de intereses?

Decir las cosas por su nombre y propiciar una auténtica comunicación como seres humanos, antes de que se desmoronen los recuerdos.

El blues sigue su curso a pesar de uno mismo.

La verdad a secas no es el punto de arranque. Aquí las imágenes son turbulentas y se escurren centrífugas emociones como inusitada ventolera; se interpone un aroma a desolación que no culmina del todo.

Esta es una travesía por los bajos fondos de una educación sentimental que se quiere magnífica, aunque resulta patética porque purifica y luego de un tiempo envilece.

De manera intermitente estamos y no en el Silvino´s Bar.

Piensa en oleadas el anfitrión: “Solápalos. Están aquí por su gusto y por la gana de aligerar dilemas, malos entendidos o mutuos prejuicios. Funden o confunden ideas, necedades, ambiciones, rituales. Gastan saliva. Platican. A veces sintonizan o discuten. Se miran, sonríen, se abrazan. En otras situaciones hablan quedo, observan alrededor, hacen muecas y ostentosos desplantes. Siempre surgen motivos y entablan fugaces brindis. Sin embargo, cada quien sigue el nivel de su propio exceso y beben a su ritmo. Indefectiblemente, ellos conversan y se tocan; seleccionan música en ocasiones y a su manera cantan y bailan y vuelven a mirarse, profundamente. Se parecen y no son iguales. Viven una pareja infamia. Se deduce que son invulnerables a murmuraciones. Sufren porque se quieren y se odian, en alternancia. En la intimidad saben de sus propias imperfecciones, de sus vitales diferencias. Están aquí en el Silvino´s Bar porque celebran la vida a su modo. Vienen aquí porque nadie se entromete en sus terrenos y reconocen la anfitrionez de la casa: solápalos. Trátalos con cariño, déjalos ser mientras dure esa su esdrújula y súbita querencia”.

De la mano de William Blake asumimos aquello de que la senda del exceso conduce al palacio de la sabiduría, y también convenimos, a ratos, en que nunca sabremos lo que es suficiente hasta que conozcamos el sentido de lo superfluo.

Vamos y estamos y después regresamos, así como despertamos y nos ocupamos de los quehaceres de cada quien y a cierta hora comemos o cenamos o nos movemos y avanzamos a otros ámbitos y más tarde también entramos al mundo de los sueños para luego abrir los ojos y darnos cuenta que el tiempo es una dimensión absolutamente individual.

Hemos dormido con esa aureola de promesa venidera.

Casi nunca roncamos porque tal parece que por gracia divina los ronquidos llegan con la edad y a veces se desatan con la acumulación de pecados.

Ocasionalmente, recalamos en tales vislumbres pesimistas que ocurren justo cuando duele la cabeza y la digestión es mala.

Es decir, asumimos del mismo modo el glamour de la derrota que la alegría de la convergencia por la gracia de transitar en ese territorio inasible, pero cierto, que es el amorcito que nos corresponde.

Hemos protagonizado esa película cotidiana donde, en apariencia, nada pasa y sin embargo sucede un milagro que no alcanzamos a ponderar.

Estamos en el medio del imperio de los contrasentidos, de pláticas íntimas que resguardan emociones varias. Más allá de banalidades una confesión de bar es un meritorio modo de compartir situaciones límite.

Prefiero andar por el menos nocivo abatimiento o desaliento que estacionarme en los brazos de la desesperación o franco ánimo depresivo, donde el sentimiento de bajeza e insuficiencia resulta cálida invitación para enderezar ideas suicidas, ha sido una de mis recientes determinaciones para, en efecto, no intelectualizar demasiado la grisura de mi existencia.

Me purga reconocerlo: prefiero habitar la desazón en el insomnio trepador luego de una refriega con mi amada.

Es unánime el señalamiento de los especialistas en cuanto al destino manifiesto de las relaciones peligrosas. La proliferación de alegatos, muchos de ellos motivados por razones irrelevantes, en parejas con más de siete años de vida en común, conlleva el germen de la irremediable destrucción.

Con otras palabras y en elocuente tono mundano la doctora María del Carmen, quien lleva 12 años de casada, me confesó hace unos días en el Silvino´s Bar -durante un casual encuentro- que ella estuvo a punto de envenenar a su marido. Entonces, prefirió patrocinarle una temporada vacacional de 15 días a Cuba.

Carmen tomó esa sabia decisión en lugar del circunstancial desencanto (dice que sí le duró un par de días) y su progresivo enloquecimiento y previsible calidad de inquilina en algún reclusorio. Desistió de servir una cena mortal. Odia deprimirse y en el fondo su temperamental marido es “hasta simpático”, advierte luego de tres vodkas.

La humedad que se nos unta en estos días ha hecho que la ingesta del infaltable brebaje amarillo nos venga bien.

El nivel de nuestro exceso, por supuesto, es distinto al de muchos.

Es día del amor y la amistad y nos importa tanto como los cacahuates que han servido de botana y ahí siguen sin completar su presunta seducción...


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