Si con frecuencia se dice que la realidad supera la ficción, lo que ocurre en Guerrero desde el año pasado constituye una novela de sangre, muerte y crimen, cuya dimensión demencial nos ha rebasado, hasta el punto que parece integrada con los elementos de una pesadilla interminable.
Ahora, el descubrimiento de un crematorio abandonado en el que varias decenas de cadáveres olvidados terminaron por generar olores que alertaron a los vecinos, añade una nueva faceta a los horrores guerrerenses.
Imposible no ligar por el simbolismo la tragedia de los estudiantes de Ayotzinapa que según todas las evidencias terminaron quemados y pulverizados entre el basurero de Cocula y el rÃo de la zona, con este crematorio donde unos malos empresarios maquinaron un fraude macabro contra los deudos que contrataron sus servicios, y simplemente fueron almacenando los cuerpos que debieron haber vuelto cenizas.
Todo ello habla de un estado, de una región, donde el orden de las cosas se ha trastocado y la situación no parece tener salida pronta ni sencilla.
En paralelo, la desaparición de más personas en Cocula muestra que todo sigue igual o peor. Las autoridades no tienen control de lo que ocurre, o de plano trabajan para la delincuencia, que sigue siendo la dueña de los territorios.
Entretanto, lÃderes de maestros y normalistas persisten en la imposible demanda de que los jóvenes presuntamente asesinados se les devuelvan con vida.
Pero ahora, además, el objetivo anunciado es impedir las elecciones que deben tener lugar en menos de cuatro meses, con lo cual terminarÃan se sumir en el caos, la anarquÃa y la ingobernabilidad en la entidad.
La increÃble historia del crematorio de Acapulco es la cereza del pastel siniestro que ha construido la historia reciente de Guerrero, en realidad producto de muchos años atrás de una sociedad envuelta en crimen y caciquismo, marginación y pobreza, y cuyos mejores hombres y mujeres se han perdido por pensar que la violencia es una vÃa