Rodolfo Villarreal Ríos
Guerrero HABLA
A primera vista, no faltará quien vaya a imaginarse que de pronto este escribidor-historiador encontró por ahí algunos documentos que presenten al Lázaro que todos conocemos, el Presidente Cárdenas Del Río, como un aficionado al espiritismo o la nigromancia y haya enviado misivas al más allá. Sí así fue percibido, lamentamos decepcionarlo. El personaje central de esta colaboración no era michoacano, sino neolonés. Fue oriundo del Valle del Pilón, lo que hoy se conoce como General Terán, y respondía al apelativo de José Lázaro De La Garza y Ballesteros quien profesaba la fe católica en donde alcanzó el cargo de Arzobispo de México. De figura robusta, ojeroso y nariz aguileña, se distinguió, según cuentan sus biógrafos, por ser un ciudadano intelectualmente bien dotado cuyo linaje genealógico materno lo mismo se cruza con su hermano, el primer gobernador de la entidad norteña, José María de Jesús Parás y Ballesteros, que va a parar hasta el siglo XV entre los vericuetos del palacio de Aragón, España, en donde un futuro rey católico jugaba a las escondidillas con una joven damisela, pero ese es un asunto para genealogistas, lo nuestro es mostrar como este prelado católico aprovechaba, o desperdiciaba, sus talentos para tratar de detener el reloj de la historia. Procedamos con la narrativa.
Antes de arribar al arzobispado de México, el ciudadano De La Garza ocupó, entre 1837 y 1850, un cargo similar de Sonora que entonces abarcaba, eclesiásticamente hablando, los territorios de Baja California, Sinaloa y Sonora. En dicha posición, de acuerdo a las crónicas, desarrolló una labor positiva. Durante esos años fue prolífico en la escritura y escribió varias cartas pastorales. De ellas hay un par que llamaron nuestra atención. Dando seguimiento a lo que con anterioridad había escrito al ministro del interior a quien le advertía acerca de lo peligroso que era la colonización por anglos en Nuevo México y Texas, cuando la invasión estadounidense se dio en 1847, elaboró un escrito criticando lo injusto de la invasión y la falta de pericia del gobierno mexicano. Mientras el arzobispo emitía su comunicado, en el centro del país, los obispos de Puebla, Francisco Pablo Vázquez y Sánchez Vizcaíno, de Guadalajara, Diego De Aranda y Carpinteriro y de Michoacán, Juan Cayetano José María Gómez de Portugal y Solís, a través del superior de la orden de San Vicente de Paul, negociaban con el enviado especial estadounidense, Moses Y Beach, que les entregaran cuarenta mil dólares más para continuar alimentando la llamada revolución de los polkos. El desenlace de esta historia todos lo conocemos. Sin embargo, el ciudadano De La Garza tenía otras preocupaciones pendientes.
El 23 de septiembre de 1848, desde Culiacán, Sinaloa, escribía una carta pastoral a sus fieles de Sonora. En ella, les advertía; (estimado editor, por favor mantenga el texto tal y como lo trascribimos, así aparece en el original) “por todas partes se estienden impresos en los que con el fin de que se establezca entre nosotros la tolerancia religiosa, se vierten proposiciones y doctrinas no solo opuestas al Evangelio, sino a la razón natural…” Asimismo, enfatizaba acerca de “la falsedad con que se ha dicho que cada hombre tiene derecho á adorar a Dios á su manera, pues no deberá hacerlo sino como el mismo Dios ha manifestado y dicho que quiere ser servido y adorado.” Eso sí’, trataba de sonar racional y tras apuntar que no debería haber odios o rencores para enemigos o quienes profesaban cultos distintos, señalaba que “el exclusivismo ó intolerancia religiosa es solamente con respecto á la creencia y doctrina; fuera de este punto, el culto católico es el mas tolerante, y con igual inflexibilidad reprueba los errores contra la fe y la doctrina, como los vicios contra la caridad, aun la simple indiferencia.” Y esto sería el preámbulo de la postura que el ciudadano De La Garza tendría durante los años por venir.
Como resultado de su labor en el arzobispado de Sonora, los administradores del negocio, a través del directivo principal, Giovanni Maria Mastai-Ferretti, el Papa Pio IX, estimaron que el prelado de origen neolonés, se había ganado un ascenso. El 30 de septiembre de 1850, el ciudadano De La Garza fue designado como arzobispo de México y el 11 de febrero de 1851 tomó posesión del cargo. Ahora contaría con un terreno más amplio para continuar el intento de detener la marcha de la historia. Pronto encontraría una primera recompensa a sus esfuerzos. El su alteza serenísima, Antonio López De Santa Anna y Pérez De Lebrón habría de otorgarle la Gran Cruz de la Orden Nacional de Nuestra Señora de Guadalupe, de la cual, el 19 de diciembre de 1853, lo nombraría Gran Canciller. Había encontrado al gallero de Manga de Clavo en una de sus tantas machicuepas políticas y ahora le tocaba ser pro-curia. Como varios de sus sucesores, ya no digamos antecesores, en el cargo, siempre estuvo dispuesto a ofrecer la inteligencia al servicio de lo que sea con tal de ubicarse cercanos al poder. Recordemos las palabras de su carta pastoral a los sonorenses, la intolerancia solamente es respecto a la creencia, aparte de todo ello el culto católico es el que tiene mayor tolerancia, aunque nunca mencionó que esta puede ser más amplia si va acompañada de otras cosas un poco más tangibles. Con todo este bagaje, llegó el momento en que los HOMBRES DE LA REFORMA (así con mayúsculas, no lo olvidemos) decidieron romper con el monopolio religioso que solamente había traído miseria e ignorancia a la patria,
Al mes siguiente de que fuera promulgada la Constitución de 1857, el arzobispo De La Garza advirtió como si fuese una gran revelación que dicha ley era hostil a la iglesia. Recordemos que cuando un monopolio es afectado en su exclusividad, inmediatamente se le mueve la base de sustentación y no sabe cómo responder para evitar las pérdidas que ello le ocasiona en clientes y captación de recursos. Y para reafirmar que la intolerancia religiosa era respecto a la doctrina, instruyó a sus subordinados de que nada de otorgar absolución de pecados, así estuviesen al pie del sepulcro, a quienes hubiesen jurado ese instrumento del demonio, la Constitución. O se arrepentían o habrían de sancocharse durante la eternidad. Y mientras quienes creían que el reloj de la historia no debería detenerse ante el oprobio y anatemas que surgían de quienes veían volar sus canonjías, a otros la duda los invadía.
A estos últimos pertenecía el poblano, quien entonces ocupaba el cargo de presidente, José Ignacio Gregorio Comonfort De Los Ríos. Ante los ruegos de su madre, una mujer de acendradas convicciones religiosas, decidió que no podía gobernar con aquellas leyes que terminaban con la exclusividad religiosa del catolicismo y procedió a darse un autogolpe. Apoyó a trasmano al conservador, Félix María Zuloaga Trillo quien, el 17 de diciembre de 1857, proclamó el Plan de Tacubaya, asonada que también contó con el beneplácito de la alta curia católica, una de cuyas cabezas visibles era De La Garza. Sin embargo, los compadres no duraron mucho tiempo como aliados. Para enero de 1858, Comonfort ya se había arrepentido y quiso retornar al poder. Sin embargo, Zuloaga con el apoyo celestial en la ‘buchaca” decidió que para nada le retornaría el cargo a su aliado fugaz. Ante ello, los liberales, también molestos con las veleidades de Comonfort, procedieron a nombrar, acorde con lo dispuesto en la Constitución, al presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación como Presidente de la República al futuro estadista, Benito Pablo Juárez García. Y ahí se consolidó lo que ya estaba en marcha desde diciembre, la Guerra de los Tres Años o la Guerra de Reforma. El país se partió en dos con un gobierno encabezado por Juárez y el otro el de los conservadores dirigido por Zuloaga. El 23 de enero cuando este individuo fue ungido como presidente (ilegitimo), el arzobispo de México ofició una misa y cantaron un Te Deum porque una vez más, decían ellos, la religión católica se ponía a salvo. Cortas eran las miras de los conservadores y sus apoyadores, estaban ante la generación más grande que haya dado la patria y no les habrían de permitir que volvieran a usar el cambio favorito de los retrógradas, la reversa. Ante esta, los liberales procedieron a emitir las Leyes de Reforma, mismas que lubricarían la urgencia epistolar de don Lázaro quien entre el 29 de julio y el 7 de septiembre de 1859 publicaría cinco cartas pastorales en contra de lo que él decía eran atentatorias a la iglesia católica, aun cuando en realidad lo que afectaba eran sus estados de pérdidas y ganancias. Demos un repaso breve a ellas en las cuales nunca se refiere al futuro estadista como presidente de la república, sino como “Antiguo Presidente del Tribunal Supremo de la Nación.”
En la primera de las cartas pastorales, contenida en trece páginas, fue publicada el 29 de julio de 1859, De La Garza empezaba por negar cualquier participación de la curia en el Plan de Tacubaya, mientras declaraba que el gobierno encabezado por Juárez era ilegitimo y por lo tanto las leyes que emitiese no eran válidas. Justificaba que los miembros de la iglesia católica no aceptaran la Constitución de 1857. Más adelante asoma el motivo de tal reticencia cuando dice: “El derecho á los bienes temporales, y los intereses que á virtud de este derecho tiene el Clero, no los recibió del sistema colonial, ni de poder humano alguno, sino del mismo que sin contar con otro poder que con el suyo sobre el cielo y sobre la tierra fundó su Iglesia; el poder humano podrá, abusando de su poder, quitar al Clero los bienes que posee, no opondrá este resistencia á la violencia con que se quiten; pero jamás perderá su derecho, y la justicia intrínseca con respecto á estos bienes, jamás contra su voluntad amparara á otro.”
La segunda carta pastoral, de quince páginas de extensión, apareció el 5 de agosto de 1859. En la misma, el arzobispo argüía respecto a la imposibilidad de separar los negocios de la iglesia y los del estado, ya que decía “la independencia de la Iglesia no le viene del poder humano, sino del que la fundó, sin contar con otro poder que con el que le es propio sobre el cielo y la tierra: ¿y pudo dejar al poder humano la incumbencia de que fijase á su Iglesia los asuntos que hubiesen de ser propios de su inspección y gobierno? Asimismo, se manifestaba en contra del matrimonio civil el cual de acuerdo a las nuevas leyes se establecía que “se contrae el matrimonio, con solo que los que quisiesen unirse en él, lo manifiesten asa ante el comisionado del registro civil y dos testigos; y no puede darse á semejante declaración otro nombre que el de atentado…”y para sustentar su aseveración recurría a lo establecido en el Concilio de Trento.
La tercera carta pastoral, compuesta de once páginas, fue presentada el 12 de agosto de 1859. Aquí, reprobaba el contenido del artículo 123 de la Constitución en donde era establecido que “corresponde exclusivamente a los poderes generales, ejercer en materia de culto religioso y disciplina esterna la intervención que le designen las leyes.” Más tarde aseveraría cuál era su preocupación verdadera, al invocar que “lo que en la realidad propone la constitución en su artículo, y el Sr, Juárez en el suyo, es que ya no haya en la Republica solamente la única Religión en que todos pudiéramos salvarnos; sino otras muchas en que todos pudiéramos abrazar y asegurar en cualquiera otra de ellas nuestra condenación. Y aunque se nos diga que la admisión de cualquier otra clase de religiones, entre nosotros, es obligarnos á que abandonemos la que profesamos siempre hemos profesado, ¿quién negará que la miseria humana, el espíritu de novedad, la seducción y otros alicientes pudieran llevarnos a semejante desgracia?
La cuarta carta pastoral, escrita en catorce páginas, apareció el 19 de agosto de 1859. En esta, criticaba las intenciones de suprimir los conventos, las cofradías, las hermandades, cerrar los noviciados de religiosas y secularizar al clero. Lo que más preocupaba a De La garza era lo concerniente a que “entran as u domino [de la nación] los bienes que el clero secular y regular ha administrado…” y lo referente a “…la enagenacion de fincas y capitales del clero se hará, dice en su manifiesto, admitiendo en títulos de capitalización ó bonos tres quintas partes y dos quintas en dinero efectivo, pagadero en cuarenta meses…” Decía que “los motivos… que alega el Sr. Juárez son los mismos que se han alegado siempre para invadir los bienes de la Iglesia, oó para coartarle su adquisición…”
En la quinta carta pastoral, integrada por veintiocho páginas, fue fechada el 7 de septiembre de 1859. Se quejaba del monto en que habían sido tasadas las propiedades expropiadas a la iglesia. “…esta suma, la de veintitres millones en que se vendieron las fincas de la Iglesia, aunque ya no muy pequeña, esta sin embargo muy lejos de representar el verdadero monto de las propiedades enagenadas,… ya que á la circulación como propiedad particular, escede de cuarenta a cincuenta millones de pesos.”
Como es factible apreciar en cada una de las misivas, al final todo se reducía a asuntos materiales y pérdida de poder e influencia. Por ello, nunca dejaron de otorgar apoyo al bando conservador hasta que los HOMBRES DE LA REFORMA los derrotaron y en enero de 1861, el arzobispo De La Garza y otros más fueron expulsados de la patria. De La Garza fue a parar a Cuba y al ser llamado a Roma por el Papa Pio IX, no alcanzó a llega pues, el 11 de marzo de 1862, falleció en el trayecto. Lástima que en ocasiones la inteligencia sea utilizada para tratar de tener el reloj de la historia. Sin embargo, la labor del arzobispo de México, José Lázaro De La Garza y Ballesteros no quedaría a medias, su sucesor, Pelagio Antonio De Labastida y Dávalos habría de continuarla. Tres años de lucha fratricida no eran suficientes, había que añadirle un lustro más de combates, ahora aderezado con la importación que realizó el prelado de origen poblano. Sobre eso les comentaremos en la próxima colaboración. Para quienes han olvidado todo el “bien” que nos han acarreado estos ciudadanos. vimarisch53@hotmail.com
Añadido (1): Tardados, como es su costumbre, pero finalmente los funcionarios del gobierno federal mostraron al sujeto cuyos antecedentes cuestionables avalan por qué autorizó el ecocidio de Tajamar. Es el mismo que, en el preámbulo del foxismo, se relamía sus bigotes, mientras imaginaba lo que haría una vez que le entregaran el sector pesquero en donde pensaba tomar venganza de aquellos que le habían impedido “hacer negocios.”
Añadido (2): De pena ajena la actitud de algunos que acaban haciendo labores de “maistro” de obra, revisan que no vaya a haber hoyancos en el suelo que pisara el ciudadano argentino. Y ni pedirles que examinen la historia, eso es mucho solicitarles, podrían distraerse y dejar sin rellenar alguna oquedad.