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Sólo los veladores fueron castigados por el robo al MNA

Sólo los veladores fueron castigados por el robo al MNA
Cultura
Diciembre 22, 2015 12:14 hrs.
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José Antonio Aspiros Villagómez › diarioalmomento.com

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En aquella Navidad de 1985, Carlos Perches y Ramón Sardina, vestidos totalmente de negro -capucha, camisa, pantalón y tenis- cometieron un robo insólito en el Museo Nacional de Antropología (MNA). Guardadas en un maletín de médico y en una bolsa de lona, llevaban 140 piezas de las culturas maya, mexica y mixteca. Salieron por donde habían entrado, subieron a su VW y regresaron a la casa de la familia Perches en Jardines de San Mateo, donde aún se celebraba la Pascua.

Nadie los vio ni en el MNA ni en el trayecto desde Chapultepec hasta su destino. Nadie en el domicilio familiar consideró anormal la breve ausencia de los dos estudiantes de veterinaria, ni se dio cuenta cuando éstos metieron el botín en el closet de la recámara de Carlos.

Éxito total, gracias a sus previsiones: habían visitado el Museo unas 50 veces durante los seis meses anteriores se documentaron adecuadamente, se familiarizaron con las salas, las puertas, los precarios sistemas de seguridad y hasta con el número, aspecto y hábitos de los vigilantes. Y para colmo de su “buena suerte” también se enteraron de que había ciertos trabajos de mantenimiento, lo que les iba a facilitar más aún las cosas, por lo que cambiaron la fecha de su “puntada” (como la llamó el arqueólogo Roberto García Moll), que estaba prevista originalmente para la noche del 31 de diciembre siguiente.

Al amanecer del 25 de diciembre, mientras para Perches y Sardina comenzaba un relativo descanso tras su fructífera vigilia, México entero empezaba a vivir lo que fue llamado “el sismo cultural”, porque en septiembre anterior había ocurrido un trágico sismo real.

Lentitud de autoridades

Cuando los policías del Museo vieron las vitrinas y capelos saqueados, buscaron tanto al intendente como al administrador. Al director del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Enrique Florescano, le avisaron cuando llegó al inmueble a las 11:30 horas, mientras que la directora del MNA, Marcia Castro Leal, fue localizada en el aeropuerto cuando se disponía a salir de viaje.

A la una de la tarde se dio aviso a la Policía Bancaria e Industrial (PBI) por ser “el primer encargado, obligatoria y responsablemente de eso” (Florescano) y luego, con una paciencia desesperante, se dedicaron a levantar el inventario del robo. Todavía tardaron otras dos horas en hacer la denuncia formal ante el agente del Ministerio Público Alfredo Herrera Torres, quien inició la averiguación previa número 8811/85.

Las autoridades del aeropuerto internacional de la Ciudad de México fueron alertadas a las 18 horas, mientras que el servicio de aduanas de Estados Unidos fue informado con 24 horas de retraso y con datos equivocados: se le dijo que las piezas eran de piedra o arcilla, cuando en realidad 99 de las 140 eran de oro.

Las sorpresas continuaron para el gran público: no todas los objetos estaban catalogados; ninguno tenía seguro contra pérdida, robo o daño; se carecía de una estimación del valor económico del botín; a ningún funcionario se le pidió su renuncia y solamente los vigilantes nocturnos del colosal inmueble fueron cesados. Es de imaginarse cómo les fue durante los “interrogatorios” en las mazmorras de Florentino Ventura, el temible jefe de la Policía Judicial Federal, quien murió tiempo después por suicidio (versión oficial) u homicidio (sospechas periodísticas).

Junto con las acciones en el ámbito policiaco, vinieron las declaraciones en el terreno cultural. Hubo coincidencia general respecto a que habían fallado los sistemas de seguridad y la vigilancia. Se criticó el raquítico número de policías para el MNA (eran 140 para las 24 horas cuando fue inaugurado el MNA en 1964). Se habló de autorrobo entre otras hipótesis, pero el temor más generalizado era que el hampa del mercado internacional de obras de arte, hubiera cometido el hurto y ya tuviera las 140 piezas fuera de las fronteras mexicanas.

Jacques Soustelle, especialista francés en culturas prehispánicas y aliado de la resistencia que encabezó Charles de Gaulle durante la ocupación nazi de su país en la Segunda Guerra Mundial, formuló su vaticinio: “Lo más probable es que durante meses, si no (es que) años, esos objetos van a permanecer escondidos, porque quienes los han robado… con absoluta precisión, saben que no convine ponerlos inmediatamente en circulación”. (Continuará).

*La versión original de este texto fue publicada en la revista bimestral En Todamérica, en 1989. (El autor publicó en 1987 los libros El gran reportaje de los mayas (Editorial Posada, tres ediciones) y Los dioses secuestrados. Saqueo arqueológico en México (Sedena). Ambos, agotados.

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